Seamos sinceros, la tilde diacrítica es un lío. Y si queremos ser totalmente honestos confesaremos que la tilde, en el más amplio sentido del término, también es liosa. Pero hay que intentar colocarla bien, aunque no sea fácil.
La tilde diacrítica marca la diferencia entre palabras que se escriben igual pero tienen significados diferentes, (porque son palabras distintas, a pesar del parecido). Lo explica muy bien y muy claro, como siempre, la Fundéu.
Aquí solo quería poneros un par de ejemplos para que veáis la importancia de identificar la categoría gramatical para colocar bien la tilde diacrítica. Y el truco para hacerlo es fijarse en los vecinos de oración y en el significado del texto.
Así, mi, (sin tilde), es determinante posesivo, y siempre va delante de un sustantivo, indicando quién es su dueño.
Mi coche es blanco.
También es una nota musical, (y un sustantivo).
La soprano desafinó en el mi.
Y mí, (con tilde) es pronombre personal tónico, así que sustituye a un sustantivo, no lo acompaña.
Lo trajo para mí.
Y para comprobarlo podemos sustituir mi por un nombre propio:
Lo trajo para Pedro.
Todavía más liosa es la tilde diacrítica de interrogativos y exclamativos. Sobre todo en las oraciones interrogativas indirectas. Os confesaré, mis aprendices, que tengo que respirar hondo y pensarlo dos veces antes de poner estos acentos… Por ejemplo, llevan tilde:
No sé cómo pudo ocurrir.
Me imagino quién lo ha hecho.
Preguntó qué había pasado para averiguar el cuándo y el cómo de ese suceso.
En estos caso, la clave es diferenciar los interrogativos y exclamativos de las conjunciones y pronombres relativos, (que no es sencillo).
Ayer volví al parque donde nos conocimos (aquí donde es pronombre relativo).
Dijo que ya lo sabía (que es conjunción).
En resumen, una lengua es como un inmenso juego de construcción o un puzle, en el que todas las piezas se relacionan. Y lo comparo con un juego, porque creo que hacer encajar “las piezas” de un idioma es un reto difícil y divertido al mismo tiempo. ¡Ánimo, magos de la gramática!