Nunca hubo tanto conocimiento a nuestra disposición como hoy en día. Estamos a un clic de millones de datos. Tenemos al alcance de la mano multitud de libros, cuadros, películas, música…
Y esto me hace pensar en tiempos pasados. Hace unos años empecé a aficionarme a la música antigua, (y no me refiero a Bowie o a Lenny Kravitz, de los que también soy fan), y descubrí que Bach o cualquiera de sus contemporáneos, por ejemplo, apenas tenían ocasión de escuchar sus obras más ambiciosas en todo su esplendor, interpretadas por todos los músicos en los que ellos habían pensado.
Pero no hace falta irse al siglo XVII, llega con remontarse a la década de 1980. Así, quienes fuimos al instituto en los años de las hombreras gigantes teníamos que esperar con ansia e ilusión, pegados a la radio, a que sonase nuestra canción favorita para grabarla. La vida era distinta sin Spotify…
Y ahora el mundo nos ofrece infinitas opciones. Delante del ordenador o con el teléfono en la mano podemos llegar a todo lo que se nos antoje y saciar nuestra curiosidad y deseo de conocimiento.
Y es una suerte, somos realmente muy afortunados. ¿Pero no creéis que tal vez nos estemos empachando un poco? A veces pienso que simplemente consumimos conocimiento, tragamos los datos pero no reflexionamos ni interpretamos. Además, hay que escoger, porque el tiempo y las energías son limitados, y las opciones que se nos ofrecen ilimitadas.
También tengo la sensación de que no se profundiza. Buscamos lecturas cada vez más cortas. Decidimos si la canción nos gusta en los primeros 10 segundos. Deseamos saber un poco y saltar a lo siguiente rápidamente. ¿No estaremos escaldando en vez de cocinando?
A veces creo que tenemos todo al alcance, y por querer abarcarlo y alcanzarlo rápidamente, lo estamos perdiendo, nos estamos quedando sin nada.
En fin, yo intento seguir el ejemplo de la cabra, (que me parece un animal muy listo): escoger, comer y luego rumiar con calma para asimilarlo todo bien.